Me apesta la primavera. Y es que hoy desperté con ese aire helado mezclado con sol, en la nariz y en el cuello. Me levanté pensando, entre el recuerdo de la pesadilla de anoche y las ganas de vomitar, en el cursi viento de amor que inunda a todos en ésta época. Hoy quise creer en algo, quise separarme del silencio maldito de la censura, quise prender fuego, quise tomar el sonido de un susurro ausente y borrarlo de mi sien, deseé agarrar la inseguridad y transformarla en secuencias de llantos desgarradores en la cocina y en la cama, con la almohada ahogándome.
Decidí ir a todas las iglesias, decidí acaparar todos los rezos que andan en el aire, todas las plegarias, todos los perdones, y convertirlos en míos, apropiarme de la fe estúpida de aquellos que no quieren nada más que llegar a un cielo que no tiene iglesias, ¿Dónde rezarán entonces? Dios no construyó capillas en las nubes, los muertos no hacen nada más que no estar aquí, son pura ausencia, y no salen oraciones de sus bocas. Creeré en Buda, en Alá, en Dios, en Jehová, en el Nirvana, en Cristo, en todos los santos y en todas las Marías, para así poder ser hereje de tiempo completo, para poder blasfemar a cada momento y enojarlos a todos, poder quemar cada una de sus imágenes y paredes de madera. Un fuego universal a la estupidez, un final a todo lo que odio, matanza de viejecitos vestidos de blanco predicando lo que no practican. Vestir de negro a las alergias y a ese mal pandémico de la religión. Eso quise hoy en la mañana, y no me arrepiento, porque tomar mis manos y apretarlas en modo de oración, apretar y apretar, seguir apretando hasta que los dedos atraviesen la mano contraria y ver mi sangre y roer mis blancos huesos y saciar mi hambre de frescura. Quiero pensar en el infinito hasta desesperarme, angustiarme hasta golpear mi cabeza contra el cielo y volverme loco de pasión por la música monótona. El té ya está frío y el agua que corre de la ducha no logra estar tibia, el agua recorre mi espalda y moja mis piernas, el frío quema y se pega a mis pies como una serpiente sedienta de asesinar. Las gotas caen en la nuca una a una, una a una, una a una, una a una, golpeando en el mismo lugar, las siento penetrar mi cabeza como una aguja en el brazo doliente de un enfermo de lo que sea. El líquido llena mi cerebro de ideas malditas que quisiera concretar, dentro y fuera de mi cabeza, que las ideas me tomen como una mano gigante por el torso y me aprieten contra los hechos, para despertar al fin de la burbuja celeste de la casa.
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1 comentario:
Me encantó lo que escribiste...
A mí me gusta la primavera, aunque me de alergia todo el tiempo!
Yo digo que lo que debes apretar fuerte con tus manos es un cuerpo, amar, delirar y volverte loco. Mejor descubre esos huesos en otra persona y la ducha poco tibia vívela con alguien...
Un beso :*
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